PDF Inactivo

Momentáneamente los libros del autor no se editarán en versión gráfica, por lo tanto se interrumpe la bajada directa y sólo se editarán en formato PDF y puden solicitarce al correo: raspaggiari@gmail.com

El listado de libros se podrá observar en los blog administrados por el autor.

Para compartir y poder ver los libros PDF en la nube.

https://drive.google.com/drive/folders/0BxzkgnJxYLPnSUtxLXR4RXNHUVU?usp=sharing

viernes, 6 de noviembre de 2009

Los pasos del hombre


Nuestro andar sobre la tierra.

Los hallazgos que se vienen publicitando en los últimos meses del año 2009 sobre la evolución humana nada tienen de nuevo para la ciencia ya que sólo están dándose a conocer al público.
La comunidad científica viene trabajando sin interrupción y estos descubrimientos que hoy se presentan datan de la década de 1970 en adelante, como veremos, pero a esta altura de los acontecimientos se hace necesario historiar un poco este recorrido para comprender en que momento de dicha historia estamos hoy.


Para comprender cabalmente el derrotero de nuestra especie sobre la corteza terrestre debemos primero comprender, al menos superficialmente, como la ciencia ha elaborado sus propuestas y en que forma ha logrado llegar hasta donde llegó, para dotarnos de ese muestrario que conforma las ramas de un árbol evolutivo muy complejo, tanto que ni siquiera Darwin lo hubiera imaginado.
Partiremos de lo conocido hacia los comienzos del siglo XX cuando el hombre de la calle, el hombre como usted y yo, estaba convencidos que la controversia entre los Darwinistas confesos y los teólogos defensores del dogma católico, se seguían enfrentando en acaloradas discusiones que en la realidad nunca existieron.
Tanto los unos como los otros proponían sus hipótesis fundamentando, a veces acaloradamente, sus contenidos, que generalmente fueron ampliadas, exacerbadas y hasta malinterpretadas por una prensa que recién despertaba al conocimiento científico.
Esa información era la que generalmente llegaba al gran público, naciendo una creencia generalizada y plasmada en el ideario colectivo y popular con la frase famosa de que “El hombre descendía del mono”.
Todavía estaban vigentes las caricaturas de Darwin en un cuerpo simiesco con la que lo habían ridiculizado sus detractores.
Lejos estaban estas posturas populares del verdadero e infatigable trabajo de los investigadores que habían aprendido de sus propios errores y desaciertos el verdadero camino hacia el conocimiento de nuestra evolución y el rol que en la misma le cabía a la especie humana.
Las primeras décadas del siglo XX hasta el silencio que se produjo entre 1914 y 1945 como resultado de las dos grandes guerras, que paralizaron el mundo y lo llevaron al borde de la locura.
La enorme tecnología desarrollada con fines bélicos se volcó también a un mayor y mejor conocimiento y aplicación de la ciencia y la tecnología para usos pacíficos y en particular para la investigación, aspecto éste que mejoró los niveles de datación y potenció la capacidad humana por recuperar el tiempo perdido.
No significaba ya la simple tarea de conocer nuestra evolución sino de dotar al hombre de un saber que le permitiera comprender la importancia de la existencia humana y el rol que como tal debía plasmar durante dicho proceso.
La ciencia sentía que tenia en sus manos la obligación de dar a la humanidad una razón de ser y de existir, antes de que primara la estupidez y el enorme poder de destrucción que se había manifestado en los años pasados.
Ya no se trataba sólo de conocimiento, se requería darle a la humanidad un fuerte objetivo por el que sentir que su devenir hasta el presente había sido tan arduo, lento y plagado de dificultades que debía defender y cuidar aquello que había logrado, para proyectarlo hacia el futuro.
Siempre cuando debo abordar temas relacionados con la vida, la evolución y la especie humana, vienen a mi memoria las palabras de quién tanto influyera en mí, el gran poeta de la ciencia que fuera Loren Eiseley, quién desde las páginas de “El firmamento del tiempo” siempre me guía para observar con meridiana ecuanimidad el desarrollo del saber.
Hoy más que nunca los científicos investigadores y en particular los antropólogos y divulgadores de las ciencias deberían abrevar en la guía sin desperdicio que representan los textos de Eiseley.
En particular hoy ante la gran cantidad de información que parece querer derrumbar nuestro mundo conocido para construir en su lugar un andamiaje que sustente una nueva concepción del hombre y de la vida.
Hacia el siglo XVIII y XIX la religión mantenía el andamiaje de las creencias generalizadas y el pensamiento científico pugnaba por romper con esta dogmática coraza que impedí el surgimiento de propuestas renovadoras.
Aun así sólo unos pocos se animaban a divulgar sus conocimientos antagónicos con la iglesia.
El concepto de evolución se hallaba implícito en casi todos los trabajos de la época y tanto los naturalistas, de bien ganado prestigio como los geólogos se cuidaban muy bien al exponer sus ideas para noquear en enemistad con las ideas del dogma.
Hoy al estudiar el conjunto de antecedentes para una historia de las ciencias humanísticas podemos decir, sin temor a equivocarnos, que Carlos Darwin fue un aglutinante de las propuestas dispersas, entre líneas, de infinidad de estudiosos que le precedieron y que, como él, no se animaron a romper con el esquema instituido y el poder de la iglesia.
Siempre viene a mi memoria la figura de Julio Verne, (Nantes, Francia,1828-1905) el prolífico escritor que se convirtió en un “Visionario” y comenzó a publicar relatos de aventuras en los cuales daba a conocer artilugios tecnológicos que luego serian utilizados en la vida real debido al avance de la ciencia y la tecnología.
Su fecunda imaginación y su genialidad para plasmar sus ideas en una coherente narrativa le valieron el reconocimiento de sus contemporáneos y de los siglos por venir siendo muy reconocido hasta mediados del siglo XX cuando comenzaron a surgir otros escritores que se animaron a abordar una temática similar pero nunca igualada a la del “Genio de Nantes”.
Fue sin dudas su fecunda imaginación, pero también su gran información, su capacidad para percibirla y él haber nacido en un momento de la historia de la humanidad en el que, los cambios sociales y científicos impregnaban el aire que se respiraba, una mente creadora se hallaba imposibilitada de sustraerse de semejante influencia.
Lo mismo sucedía con la ciencia. Sus cambios que se producían si las ideas podían ser expuestas con relativa validez y seguridad ante las sociedades científicas que regían el saber científico de entonces.
Como dije muchas de esas ideas quedaban en el papel, en escritos de publicaciones, cartas entre los estudiosos o en el mejor de los casos en los textos de los libros que permitían a quienes tenían la capacidad económica para enfrentar la edición, exponer las ideas y evitar la confrontación y el ridículo.
Antes que Darwin varios colegas suyos habían propuesto ideas semejantes y hasta su propio abuelo Erasmus Darwin fue un ferviente evolucionista, tendencias que el propio Darwin se encarga de ocultar y hasta de negar: “... “Ocasionalmente interrogué a no pocos naturalistas, y nunca ocurrió que me cruzara con ninguno que pareciera dudar de la permanencia de las especies...”
Sin embargo como lo hace ver Loren Eiseley en su “El Firmamento del tiempo” pág.67: Ya en 1819 un poeta Samuel Taylor Coleridge en una conferencia de filosofía se refiere a la creencia de que: “ha llegado a ser muy corriente, aun entre los pueblos cristianos, que la raza humana surgió de un estado de salvajismo y luego gradualmente, a través de varias etapas, llegó del mono al hombre”.
Eiseley se ve en la obligación de aclarar que el poeta en cuestión no era un evolucionista sino que se había hecho eco de la información que estaba en el ambiente de la época que, como dije, Darwin decía no existir.
Pero aún cuando es entendible ese “desconocimiento” puesto de manifiesto por Darwin lo cierto es que ninguno de aquellos que “Intuían” los principios evolucionistas se animaron a romper con las estructuras establecidas y el propio naturalistas inglés debió librar una batalla personal e intima con sus creencias que le permitieran postular las bases de la teoría de la evolución de las especies.
Fue tan fuerte esta batalla personal, que no fue él quien la presentó ante los científicos, inquisidores de la ciencia de entonces, sino su amigo el biólogo T. H. Huxley,
Mucho antes de que Carlos Darwin publicara en 1859 “El Origen de las especies” Coleridge decía en su conferencia sobre filosofía en 1819: “Quienquiera que este familiarizado con la historia de la filosofía de los dos o tres últimos siglos no puede sino admitir que parece haber existido entre doctos una especie de acuerdo tácito y secreto de no ir más allá de cierto límite en la ciencia especulativa. El privilegio del pensamiento libre, tan ensalzado, en ninguna época fue considerado válido en la práctica, excepto dentro de ese límite.”
Esta hermosa frase de Coleridge que Eiseley traspone en su obra y que yo retomo como una simple referencia inequívoca de la dura batalla que debió librar Darwin con sus convicciones para vencer el enorme silencio de sus ideas que sus pares venían realizando desde hacia años.
Ideas en las que seguramente Darwin desde su más tierna infancia vivenció ya que como dije su propio abuelo se había destacado por ser un reconocido defensor de este tipo de ideas.
Así como lo demuestran los modernos historiadores de la ciencia Darwin no podía desconocer el pensamiento de sus pares, incluyendo aquellos que se anticiparon a sus ideas aún cuando, estas se hallaran ocultas detrás de un gran cúmulo de observaciones y postulados que desdibujaban la propuesta evolutiva en sí misma.
Sin embargo es el propio Darwin quién en sus cartas reconoce que siente cierta fascinación por algunos naturalistas jóvenes con ideas muy interesantes a pesar que dice desconocer que la idea de la evolución flotara en el ambiente de su época.
Hoy podemos decir que una idea renovadora de la evolución humana surgió con Svante Arrenius y luego con Francis Crick y Leslie Orgel ignorar esta propuesta no la podrá hacer desaparecer, todo lo que se dijo al respecto esta allí en libros, comunicaciones y publicaciones varias.
En los últimos años el trabajo de geólogos sobre los “cráteres de impacto” y sus vestigios geológicos han demostrado que ésta hipótesis no tiene nada de descabellada, decir que no existe una nueva posibilidad es ir en contra de un principio fundamental de la ciencia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario