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domingo, 11 de agosto de 2013


Consolidación de la democracia

Si no es muy mala … debería ser buena

 

     Los momentos políticos de mi país, Argentina, tienen esos sucesos conflictivos y caóticos que tanto dañaron la credibilidad de cualquier proceso presente o futuro.
El ejercicio de la política como una herramienta para acceder al poder, por el sólo ejercicio del poder mismo, artilugio de la “politiquería vernácula”, resabio del viejo amanecer caudillista del que Argentina debió nutrirse.
Todos los “oficialismos” al cabo de un tiempo molestan, ya sea por exceso arbitrario en el manejo de la cosa pública, o simplemente por demagogia o absolutismo desgastándose al cabo de un tiempo, de allí el recambio planteado por el sistema eleccionario.
Ahora les toca a quienes les otorgamos el mandato de legislar, en el Congreso Nacional o en los Consejos Municipales locales, para nosotros, la gente, el pueblo, razón muchas veces olvidada por nuestros mandantes, que equívocamente consideran un triunfo suyo haber captado nuestro interés.
El ejercicio de la función pública debería ser un abnegado servicio comunitario, desgraciadamente como toda tarea que emprende el ser humano esta está plagada de subjetividades que atentan contra el buen ejercicio de cualquier actividad.
En ese manejo absolutista,  monárquico, que nuestro sistema democrático tiene impreso en el ejercicio de nuestros candidatos; se hace más evidente en la elección del ejecutivo que designaremos como “Presidente”, jefe absoluto del partido gobernante y máxima autoridad política del país durante ese período.
Argentina siempre ha sufrido extremos en la aplicación de sus políticas públicas por parte de los ejecutivos de turno, conservadores, liberales, moderados, progresistas, (Radicales, peronistas, y todas las variables de ellos mismos) para no entrar a hilar fino, desde 1900 hasta el presente, y no redundar en una historia muy conocida de mis coterráneos.
Un ejecutivo que declama, hace pero tiene ciertas actitudes negativas u oscuras en cuanto al manejo de la cosa pública, es lo más cercano al ideal que los argentinos hemos sabido producir mediante el voto democrático.
Acostumbrados, aceptamos y aplaudimos estas acciones, como un logro, sin entender que esta mediocridad de criterios habla a las claras de nuestras falencias como seres sociales.
No estoy hablando de la administración actual sino de las administraciones, que, en el transcurso de los años, hemos puesto al frente del Ejecutivo Nacional y los legisladores que nos representaron.
Si bien esta administración es, por su desempeño absolutista, producto de ese legado histórico que Argentina parece tener que soportar, ha sabido volcar la balanza para mitigar en parte el dolor y las necesidades de los más desposeídos, cuestión que a todas luces le ha costado caro.
Hacemos elecciones inciertas, que no nos llevan a nada definitivo, para los intereses públicos, ganan y pierden candidatos pero la gente siempre termina perdiendo: Expectativas genuinas a futuro, aquellas que conllevan las políticas públicas, aplicadas a largo plazo.
El lunes nada cambiará para nosotros, la gente, sólo el partido que aglutina a los contendientes y lleva el pulso político desde 1946.
      Quizás en 200 años más hayamos aprendido compartir y a vivir en sociedad.

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